Diario de un reportero
Miguel Molina
La noticia era que la Suprema Corte de Justicia decidiría si la cárcel preventiva oficiosa es constitucional, con todo lo que eso implica: que la regla se atenga al compromiso internacional que México firmó para proteger los derechos humanos, y que su espíritu respete la presunción de inocencia y cosas como esa.
Pocos parecen haber leído el artículo primero de la Constitución: En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte.
Y hay muchos que – con razón y sin ella – se escandalizan porque piensan que la Suprema Corte va a cambiar la Constitución. Tendrían que enterarse que la Suprema no cambia las leyes, pero establece si alguna regla no se ajusta a la letra y al espíritu constitucionales, porque ese es el trabajo de la corte.
Hay quienes aseguran sin fundamento que la figura de la prisión preventiva va a desaparecer por completo, aunque no sea así. Lo que se evalúa este jueves es la parte oficiosa del recurso, lo que significaría que la autoridad podría mantener detenido a un presunto delincuente mientras se celebra un juicio si el Ministerio Público presenta un caso sólido, que amerite la medida.
Y lo escandaloso es que haya quien advierta que si se elimina lo oficioso de la prisión preventiva saldrán libres cientos, quizá miles de delincuentes hasta ahora detenidos al parecer sin pruebas. Es mentira. Y si es verdad, se debería a que el ministerio público no ha podido – o no ha querido – conseguir pruebas para procesar a los presuntos implicados en delincuencia organizada, en homicidio doloso, en violación y en secuestro, en delitos cometidos con armas y explosivos, o contra la seguridad de la nación y "el libre desarrollo de la personalidad y la salud".
Lo que no sabíamos – me incluyo en la lista – es que eliminar la parte oficiosa de la prisión preventiva "estaría terminando con toda la estrategia de seguridad de este país", como temeraria e inesperadamente reveló el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Triste estrategia es la que tiene bases tan poco sólidas...
También es triste que el propio López Obrador haya expresado su desencanto con algunos de los ministros de la Suprema Corte que no coinciden con su punto de vista, como si los integrantes del tribunal constitucional estuvieran obligados a seguir la opinión del presidente en vez de debatir y determinar si alguna ley o algún proceso violenta lo que marca la Constitución. Pese a todo, la ley sigue siendo la ley. Una cosa es lo oficioso y otra cosa es lo oficial.
Pese a todo, la cosa no terminó el jueves. El ministro Luis María Aguilar Morales decidió retirar el proyecto en el que proponía invalidar la prisión preventiva oficiosa, porque era claro que no iba a conseguir el voto de la mayoría de los
votos de Suprema Corte. Habrá un nuevo proyecto de algunas semanas. Quién sabe qué dirán, y qué diran los que saben y los que no saben pero opinan.
Desde el balcón
Dos semanas pasaron como si nada. Fui a Londres – donde no había balcones – para estar a la mano mientras cambiaban el calentador de la casa. Después nos fuimos de gira. Una mañana navegamos el río Aar, y una tarde fuimos al Día del Queso en Solothurn: había, naturalmente, queso, y había también música tradicional, jazz, grupos corales, campanas y campaneros, y vino y baile. Esa noche comimos, bebimos, bailamos.
Cuando regresamos a la casa, el balcón seguía ahí. Y el jueves los canales de la televisión británica comenzaron a hablar sobre la salud de la reina Isabel II, informaron sobre la llegada de sus hijos y sus nietos a Balmoral, su castillo en Escocia, y de repente supimos que la señora había muerto.
Se acabaron tantas cosas. Sin ser monarquista, respeté su sentido de la decencia y comprendí que era una figura de unión en un país dividido como nunca por la salida británica de la Unión Europea, y representaba la estabilidad de la nación.
Y uno piensa en la vida. Un día celebra el sabor del queso y la frescura del vino y la alegría de la música, y otro día se sienta en el balcón y alza una copa de malta a la memoria de una de las mujeres que marcaron el siglo que se niega a acabar
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