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Integración

León Bendesky

Las consideraciones sobre la dirección que toma la economía global son, obviamente, muy extensas; abarcan distintas dimensiones y se conforman por diversas capas de relaciones económicas: producción, financiamiento, inversiones, tecnología, innovaciones, trabajo, productividad, infraestructuras y, de modo esencial, la configuración del espacio y la localización geográfica.

En este proceso sobresalen, por supuesto, las economías predominantes y sus zonas de influencia; entre ellas existe competencia y los mecanismos de integración son una de sus manifestaciones.

Se pueden identificar, a grandes rasgos, tres polos en la dinámica de la globalización: Norteamérica, el este asiático y la Unión Europea (UE), que son el escenario de la lucha por los mercados y el poderío político.

Existen aspectos de índole estructural en el proceso globalizador que corresponden a los sectores productivos, las condiciones tecnológicas y los patrones poblacionales. Ocurre lo mismo en materia de políticas macroeconómicas, donde hay diferencias significativas, como puede apreciarse en la naturaleza de las medidas de promoción de la demanda agregada, diferentes claramente en Estados Unidos y en China.

Hay, también, situaciones particulares, como ocurre en el caso de Europa con las repercusiones de la guerra en Ucrania en los planos de la energía o el gasto militar. Un elemento destacable de la dinámica a la que se alude se refiere al sector de las tecnologías digitales, en el que Estados Unidos concentra buena parte de los avances y donde las principales empresas del sector dominan los índices de cotización de los mercados de valores. Estos elementos, entre otros, inciden en los diferentes ritmos de crecimiento económico entre los tres polos de la globalidad.

Una consideración a menor escala de este proceso permite fijar la atención sobre las condiciones y posibles consecuencias de este fenómeno. Una primera cuestión que define la situación de México respecto a la globalización es, por supuesto, el estrecho vínculo en las transacciones económicas con ese país y que comprenden flujos de inversiones productivas y financieras, de comercio, oferta de energía, comunicaciones, de transporte y disponibilidad de mano de obra con distintas capacidades y calificación. De ellas se derivan otras cuestiones relevantes que tienen que ver con el espacio económico regional y local, así como con la configuración del territorio.

Esto se desprende de la localización de las actividades económicas y su impacto en la población y el trabajo, en los centros urbanos, la provisión de servicios, la oferta de energía, las comunicaciones y los transportes.

La relación económica de México con Estados Unidos en términos de la integración productiva es un hecho que ha dejado de ser controvertido. Se ha normalizado ya como un proceso en curso que se adentra hoy en una nueva fase que se describe por medio del término nearshoring. Esto constituye un tercer episodio de la reordenación productiva regional iniciada con el TLCAN de 1994 y seguida por el T-MEC de 2020.

Esta etapa se asocia con las disrupciones comerciales que afectaron las cadenas de suministros por la pandemia de covid-19 y, también, con las innovaciones tecnológicas, como ocurre, por ejemplo, en la industria automotriz. Tiene que ver, igualmente, con las pugnas comerciales y financieras entre Estados Unidos y China y las condiciones propias del bloque europeo. Aparecen, también, nuevos jugadores en el proceso global, como es el caso sobresaliente de India.

Conforme a los datos y las consideraciones expuestas en el muy útil artículo de Luis de la Calle, experimentado negociador en materia de comercio internacional, publicado el pasado 11 de julio en el periódico El Universal (https://www.eluniversal.com.mx/ opinion/luis-fernando-de-la-calle/quemas-3/), se aprecian los factores que han ido definiendo el modo de la integración de México con Estados Unidos. Entre 2021 y 2023 la participación de México en las importaciones totales de Estados Unidos llegó a 15.9 por ciento, mientras el país alcanzó 16.3 por ciento de las exportaciones de aquel país, al tiempo que caían las participaciones de Canadá y China. La integración productiva es creciente. Esto lo muestran, entre otras, las importaciones estadunidenses de vehículos automotrices y autopartes provenientes de México, cuya tendencia alcista parte de fines de la primera década de este siglo y llega ahora hasta 38.7 por ciento.

La economía de México se ha hecho más compleja, productiva y exportadora; sobresale del resto de América Latina e incluso en contraste con Japón y Corea del Sur. El elemento de la complejidad económica en el proceso de la integración productiva debe tener un lugar prominente en cuanto a su significado económico, social y geográfico del país y asociado con el nearshoring. Esta es una fase más de la ordenación del espacio y del territorio del país. Tales dimensiones tienen una expresión directa en las condiciones de vida de la gente, en la interrelación de las actividades productivas con el entorno, el uso de los recursos locales y el impacto en el medio ambiente. Las decisiones que se toman han de sustentarse en una planeación con criterios que vayan más allá de las exigencias de lo inmediato. Una vez que las medidas se adoptan tienden a enraizarse social y materialmente y con ello se acrecienta el costo de cualquier recomposición.

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