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INE. Modelo de Negocios

Xóchitl Patricia Campos López

El patrimonialismo es una de las características marcadas de la cultura hispanoamericana, constituye una esencia que marca la relación peculiar de lo público y privado que impide la consolidación del Estado en Latinoamérica. La dinámica del INE se corresponde con la organización patrimonialista histórica de la clase política mexicana más que con los valores liberales y democráticos. En este punto, el fracaso es rotundo y -por ello- al INE lo defienden empresarios, medios de comunicación y coyotes chayoteros que juegan a ser cabildeadores.

Los argumentos para defender al INE y su oneroso funcionamiento son francamente medievales, se preocupan verdaderamente por los salarios de la burocracia dorada, pero, sobre todo; por el contubernio económico que puede hacerse desde allí. Como se ha hecho con todas las esferas públicas en la historia nacional.

El sonado caso del “Cartel Inmobiliario” que operaba desde la alcaldía Benito Juárez en la CDMX resulta una copia al calce del INE. Honorables criollos con linaje de sangre castiza con derecho a tomar lo público como propio y destruir el bienestar social. Esto ha ocurrido en muchos espacios públicos en México -aún en la época virreinal-, desde una agencia del Ministerio Público hasta la Presidencia de la república, con la diferencia singular de que el INE ya se había posicionado como el verdadero elemento corruptor del sistema político mexicano; nada más y nada menos, el árbitro americanista que pita el mundial de futbol. Es decir, más allá de ser la tienda de abarrotes donde todos pasan a robar, el INE se convirtió en la mafia que vende la franquicia y cobra el derecho de piso.

Lo que la reforma electoral pretende cambiar es, precisamente, al desleal agente del ministerio público corrupto y corruptor, que pide desde unas memelas hasta una Casa Blanca para beneficiarse particularmente sin importar la función gubernamental y orgánica que representa en la labor significativa del Estado.

El liberalismo se ha confundido al máximo en nuestro país, sobre todo en la gnosis de los neoliberales. Puede observarse que caminamos en sentido completamente opuesto a lo que se pretende imitar: ¿En qué democracia consolidada el Estado tiene niveles recaudatorios tan bajos como en México?, ¿En que democracia de calidad el Estado se somete a una pandilla de saqueadores y empresarios caciquiles como los que representan Woldenberg, Murayama y Córdova?

Lo que se hace con el INE debería hacerse con gran parte del sector público mexicano, durante varios años -quizá siglos- la tarea mexicana será combatir el patrimonialismo criollo. El Estado no puede ser un modelo de negocios sino el agente corrector de las externalidades mercantilistas como ocurre en cualquier nación civilizada.

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