León Bendesky
Hay bullicio en lospronósticos de crecimiento de la economía mexicana en 2021. La encuesta de expectativas de los especialistas del mes de febrero publicada por Banco de México arroja un promedio de 3.88 por ciento: el FMI llega a 4.3 por ciento, la OCDE 3.6, la Secretaría de Hacienda 4.6, Moody’s 5.5. ¿Quién da más? Podría ser la pregunta en este momento de arrebato. En 2020 el PIB cayó alrededor de 8.5 por ciento.
Las previsiones para la actividad económica que dio a conocer el Banxico el viernes pasado indican un escenario central de crecimiento de 4.8 por ciento, con un límite superior de 6.7 e inferior de 2.8. Es decir, que el entorno es incierto y se están cubriendo.
Hay dos consideraciones explícitas en estas previsiones. La primera tiene que ver con el sector externo, o sea, un mejoramiento de la cuenta corriente, lo que se asocia con la recuperación esperada de la actividad industrial de Estados Unidos que jalaría a la industria exportadora mexicana; en principio la automotriz.
La segunda es especialmente relevante en el planteamiento del banco central y se relaciona con la variación de los puestos de trabajo. Para este año estima que se crearían entre 250 y 570 mil puestos de trabajo, un significativo aumento frente a la estimación anterior que tenía un rango de 150 a 500 mil. En este sentido, la ocupación está lejos de ser plena, al contrario. Mucha holgura, traducida en pobreza.
Hay que incluir en cualquier consideración sobre el desempeño de la economía el impacto del enorme plan de apoyo del gobierno de Biden, del orden de 1.9 trillones de dólares (billones de acá). Uno de los efectos de tres bandas de este paquete será la disponibilidad de los mexicanos para las remesas.
Los envíos de dinero han registrado récords en meses recientes y pueden romperse más adelante. Hay diferencias entre las corrientes normales de remesas que existen en muchos países y sirven para apoyar el nivel de vida de las familias, de lo que ocurre aquí, donde son básicamente la fuente principal de ingreso para una cantidad enorme de hogares. Buena parte del país vive de las remesas pues internamente no se generan las fuentes de trabajo e ingreso necesarios para la subsistencia y mayor nivel de vida. Por eso es tan notorio que se les festeje y se considere a los que se fueron como héroes. La falla está aquí y se reproduce.
Para decirlo a las claras, el impulso al crecimiento esperado este año será subsidiado desde Estados Unidos.
Un asunto clave que hay que tomar decisivamente por los cuernos es, precisamente el de la ocupación. En 2020 el número de puestos de trabajo afiliados al IMSS fue 19 millones 773 mil 732, 86 por ciento permanentes, 14 por ciento eventuales. Ese año los puestos formales disminuyeron 647 mil 710, o sea, 3.2 por ciento.
Los registros del Inegi dan una perspectiva adicional. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo Nueva Edición (Enoen) del trimestre octubre-diciembre de 2020 indica que, con respecto al mismo periodo de 2019, la población económicamente activa cayó 1.7 millones, hasta 55.9 millones. La población ocupada cayó 2.4 millones hasta 53.3. La informalidad es enorme. En el sector de los servicios, donde se crea la mayor parte de la ocupación, se cayó 1.7 millones; en restaurantes y alojamientos la caída fue 769 mil. En los micro negocios se perdieron 914 empleos; 714 de esos en aquellos con establecimiento, lo que indica la gran precariedad de ese segmento. La población subocupada aumentó 3.8 millones hasta 8.1 millones de personas, un dato muy elocuente del estado del mercado laboral en el país y de la fragilidad económica.
Este asunto tiene que ver con la insuficiencia de los apoyos gubernamentales a la población vulnerable y con la tendencia larga de caída de la inversión. En diciembre de 2020 este rubro del gasto agregado cayó 12.9 por ciento con respecto del mismo mes de 2019 (en la construcción cayó 14.2 y en maquinaria y equipo 11.5 por ciento). Esto exhibe las condiciones en que está la economía desde 2019 y el severo impacto negativo provocado por la pandemia y las decisiones de política pública.
Así que encomendados estamos a lo que pase en Estados Unidos pues no se advierten cambios decisivos a nivel interno. Los registros del primer bimestre indican una situación económica muy débil.
El programa fiscal del presidente Biden es ambicioso y necesario, pero sus efectos colaterales irán apareciendo; por ejemplo, la inflación, el valor del dólar, los precios de los bonos del Tesoro y las tasas de interés; las acciones y otros activos. Todo eso repercutirá también en la economía mexicana y en el valor del peso.
Así que cualquiera que sea la cifra del crecimiento del PIB se expresará en su concentración en ciertos sectores y grupos de empresas y trabajadores. La capacidad de derrama hacia otros sectores será limitada, dada la estructura productiva existente. La penuria laboral persistirá y hasta 5 por ciento de crecimiento tendrá efectos muy desiguales.
Una recuperación amplia requiere de un replanteamiento profundo de la política económica para crear fuentes de trabajo e ingreso sostenibles para los hogares y también de ingresos para el gobierno, que son finitos. Requiere mucha más inversión. Y, por supuesto, también una campaña de vacunación efectiva. Hoy hay poco margen de maniobra.
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