Los conservadores se inclinan por que se cumpla el gatopardismo, o sea, reformar todo para que no cambie nada.
Cuando AMLO, no obstante la larga guerra sucia y los enormes esfuerzos desarrollados para bloquearlo ganó la presidencia de la república, los conservadores empezaron a insistir en evitar los grandes cambios que el cambio reclama, desde temas fiscales hasta desarmar reformas pensadas para vender al país.
Este no es un juego de palabras, que 30 millones de personas hayan votado a favor de AMLO y en contra del atraco y entrega de la riqueza nacional, implica que se deben cambiar las raíces que hicieron posible el estropicio, véase por ejemplo los ataques al ambiente. Los conservadores reaccionan diciendo que se acerca el comunismo, y los beneficiarios de algunos de los programas se enojan porque van a perder algo.
El clientelismo y asistencialismo del PRIAN convirtió casi a todos en beneficiarios del gasto público. Había algo para todos, desde los campesinos más empobrecidos, hasta artistas y académicos encumbrados, sin perder de vista a los empresarios que le vendían al gobierno con sobre precio o los que recibían contratos para vender productos de segunda o innecesarios, o los que se prestaban para evadir impuestos y lavar dinero.
Se cumplía la distorsión que se hizo del lema de campaña de López Portillo, “la corrupción somos todos”. Pero llega AMLO y le declara la guerra a la corrupción y descubre que la misma está entretejida en lo más profundo del tejido administrativo y tiene podrido al tejido político, y entonces se reúnen los miedos a perder el privilegio y la impunidad.
El cambio duele, algunos pierden y muchos ganas. Esa es la apuesta.