¿Por qué México continúa bajo el esquema de la ruta electoral para construir su democracia? Aunque los politólogos denominaron “Vía Elecciones Competitivas” al modelo de la transición mexicana, los datos sobre corrupción, fraudes, compra de votos y corporativismo, dejan mucho que desear sobre la importancia del sistema electoral mexicano. Más bien, el sistema electoral viene a transformarse en la arena política judicial donde las facciones políticas resuelven sus diferencias. La transición mexicana debiera llamarse: Transición política vía elecciones judicializadas. Y si se recuerda que el sistema político mexicano y los cimientos del Estado Nación fueron construidos por abogados, quizá esta caracterización sea comprendida. A últimas fechas, el sistema judicial mexicano creo las estructuras de mediación y casas de la justicia precisamente para evidenciar la importancia de llegar a acuerdos debido a la prolongada y accidentada condición que implica judicializar las cosas. El sistema judicial mexicano es corrupto, incompetente e incapaz de proporcionar justicia. Los procesos judiciales en México son oscuros, onerosos y largos –por no decir, infinitos– que pocos deciden y aguantan a mantener. De ahí que se haya implementado la “mediación” como una forma cultural y económica de adecuar la reparación, más no justicia, en un litigio.
Ahora bien, la creación del sistema electoral mexicano generó un apartado especial del ámbito contencioso en los procesos electorales, pocos países en consolidación democrática cuentan con tribunales especiales para el tema electoral y con juicios de derechos políticos. En realidad, estas maneras constituyen espacios para el contubernio y el pacto –no siempre honesto o definitivo– que atempera la radicalización de los actores.
La justicia es inalcanzable y, por ello, quizá estas formas sean lo mejor posible en culturas como la mexicana. El sistema electoral de nuestro país no ha podido combatir los vicios que caracterizan a la tradición política, aunque la ciudadanización permite recuperar pruebas de actos indebidos o contradicciones para enterar a la opinión pública de la forma que el curso electoral tuvo, ello tampoco es garantía de un proceso electoral justo, los grupos de poder negocian y los resultados pueden ser convenientes o inmorales a la sociedad. Al final, es la correlación de fuerzas la que determina el producto de la negociación. La democracia, entonces, se vuelve el mercadeo de la voluntad popular.
Aunque esto fue propuesto como innovador en la creación del Instituto Federal Electoral (IFE), ahora INE (Instituto Nacional Electoral), en realidad sucedía dentro del Partido Revolucionario Institucional y sólo con los sectores que conformaban la coalición revolucionaria. Los priistólogos se preguntaban por el modo de repartición de las candidaturas en el PRI y la sucesión presidencial, gracias a estudios hermeneúticos (Garrido, Ai Camp, Crespo), matemáticos (Gil/Schmidt) y ficciosos (Castañeda y Álvarez Mosqueda), encontramos una mesa de negociación donde las camarillas hacían acuerdos y tenían medidas radicales para hacerlos cumplir. El presidente de la república era un “primus inter pares”, el gran elector hegemónico; pero, un dios mortal. Cada sucesión política implicaba esta forma de negociaciones. El modelo se trasladó al sistema electoral mexicano en su dimensión judicial y, ahora, en lugar de negociar las camarillas priistas, negocian
las oligarquías de los partidos –adonde, por cierto, llegaron muchos priistas transfugados–.
Manuel Camacho Solís siempre sostuvo la idea de un cambio sin ruptura, por lo que, tal vez, en forma de inercia, eso ha venido a significar el sistema electoral mexicano. Difícilmente ocurrirá una romántica mesa de reconciliación nacional donde se defina una forma de orden político pétreo y eterno. España, Chile, Grecia, Portugal y los países del ex–bloque comunista, construyeron una forma de negociación política que consolidó la democracia en un modo dinámico a diferencia de nuestro país. Lo lamentable del caso mexicano, es que la judicialización-negociación no implica justicia electoral ni democracia verdadera sino pactos básicos para sobrellevar la competencia política y donde, como ocurre en el sistema jurídico mexicano, quienes tengan más dinero para comprar a los jueces y hacer el mejor espectáculo, son lo que llegan a imponerse. El reciente escándalo de la petrolera Odebrecht y sus derivaciones, dan cuenta de la forma en que el cabildeo corrupto influye en las elecciones y la conformación de intereses económicos. ¿Por qué no se le ha quitado el registro político al PRI y PAN?
Manuel Camacho Solís, uno de los principales estrategas políticos del salinismo y lopezobradorismo, proponía la idea del “cambio sin ruptura” para el sistema político mexicano, pues hacerlo, generaría rupturas, quiebres, fragmentaciones, podría conducir al país a escenarios catastróficos de ingobernabilidad y disolución. Como a Jesús Reyes Heroles, el tiempo y la realidad les han venido a dar la razón. México aún vive en el antiguo régimen y entre más pretende salirse de dicho espacio, termina hundiéndose y amarrando más los nudos históricos del sistema político mexicano.
La transición política consiste en un quiebre histórico, un cambio de régimen desde la perspectiva teórica que se quiera proponer. Este fenómeno no ha ocurrido en México, las alternancias políticas se mueven bajo el protocolo del antiguo régimen.
Con Morena y AMLO ocurrió el fenómeno de la participación política que generó una votación masiva para evitar el fraude y las triquiñuelas burocráticas electorales. Sin embargo, las alianzas pragmáticas del Movimiento de Regeneración Nacional llenan de contradicciones la 4T y hacen inviables las promesas de campaña de López Obrador. No obstante que el presidente Andrés Manuel goza de una amplia base electoral, ha tenido que coexistir con el prianismo e, inclusive, admitir a cuadros de la ultraderecha radical dentro de la administración pública. En el proceso de integración para alcanzar gobiernos estatales y federales, Morena incluyó a eminentes políticos provenientes de Acción Nacional así como de los grupos nacionalistas católicos y empresarios humanistas, que no habían encontrado candidaturas en el PAN o fueron excluídos. AMLO recibió, de forma acrítica, una cantidad considerable de católicos integrales intransigentes ligados, o no, a las sociedades reservadas y que ocupan importantes posiciones en la administración pública a nivel federal y estatal.
La derecha vive un proceso de disgregación del partido que tradicionalmente los reunía. La candidatura presidencial panista y el proceso electoral de 2018, generaron una guerra civil de las facciones derechistas que culminó en la salida de varios cuadros y contingentes del panismo hacia movimientos independientes y el Movimiento de Regeneración Nacional.
Jean Meyer se pregunta el modo que hubiera tenido un gobierno desde la perspectiva sinarquista. Para el 2000, y doce años después, en México no se pudo
instaurar el gobierno que los cristeros imaginaban, ni aquel que los intelectuales cristiano demócratas proponían.
El neoliberalismo fue un régimen económico que subordina la política a sus intereses sin contemplaciones respecto de quien gobierna. Así, entonces, más que construir una “María Auxiliadora” en todo el país, lo que ocurrió fue el establecimiento de una serie de pactos con diversos poderes fácticos –particularmente el narcotráfico– para mantener la gobernabilidad. Acción Nacional no pudo hacer un cambio de régimen, una ruptura histórica; por el contrario, la arena electoral es la mesa de negociación, el Pacto de la Moncloa, donde los actores negocian los intereses de la ciudadanía.
El PAN se caracterizó por tomar el corporativismo docente y el poder caciquil para corregir alternancias políticas y, al menos, conocer la administración pública en los niveles federal y estatal. De pronto, aparecieron como respetables panistas, antiguos miembros de la Familia Revolucionaria y las generaciones neopriistas. Durante el gobierno de Enrique Peña Nieto se aprecia una administración prianista del país en la formulación de políticas públicas como “El Pacto por México” y la negociación-concertacesión electoral.
En contraste con los políticos nacionalistas católicos que se fueron a MORENA, algunos más decidieron integrar agrupaciones de fachada como FRENA (Frente Nacional Anti-Amlo) y, en forma ambigua, radicalizar sus posturas para que los yunquistas y tecos, que están en la administración pública de Morena, obtengan mejores posiciones y cargos; o bien, para conformar una posición política que –ahora– se concentra en Movimiento Ciudadano o en institutos políticos locales que aspiran a construir candidaturas ciudadanas alejadas del progresismo que representa la 4T y conforme el desarrollo de la crisis política a consecuencia del COVID y sus efectos. También, abandonada del PAN, se encuentra una derecha religiosa que opta por un discurso apocalíptico y señala la importancia de que Donald Trump sea re-electo para contrastar la guerra que hacen contra la cultura occidental los países asiáticos –particularmente China– y el Islam –fundamentalmente el desarrollado en Europa–. Para esta última tendencia, lo importante es que se constituya un Occidente en torno a los Estados Unidos y que la Iglesia Católica se encargue de purificar el cristianismo partiendo del modelo geopolítico de Europa del Este. Los miembros de la derecha apocalíptica, inclusive deslegitiman la autoridad papal de Mario Bergoglio y optan por una tendencia tridentina próxima a Ratzinger.
El elemento que va a definir el comportamiento de las derechas religiosas, está constituido por las elecciones norteamericanas. A nivel geopolítico tendrán que decidir si apoyan a Biden o Trump, conforme la hegemonía de Rusia y China se desarrolle. Es más peligroso para el catolicismo integral intransigente el avance de la civilización china ya que, el actual gobierno, no se distingue por la tolerancia religiosa y el respeto a los derechos humanos que en otras sociedades ha encontrado el catolicismo, así mismo, porque dentro de China, la Iglesia Católica resulta insignificante.
De ahí que, mientras los nacionalistas católicos dentro del gobierno morenista avanzan y guardan silencio, los grupos radicales católicos en FRENA y Movimiento Ciudadano, reconstruyen la retórica anticomunista (Aunque no atacan directamente a China) y buscan impulsar una cruzada por la civilización occidental que los aproxima a Donald Trump como el San Jorge o Ronald Reagan contemporáneo.
AMLO ha caído en el círculo vicioso de las negociaciones estilo mexicano. El nacionalismo católico opera como lo ha venido haciendo siempre. En una perspectiva de larga duración, el Imperio de la Santa Sede aprovecha todas las oportunidades. Morena se encuentra detenido y sin la capacidad de cumplir sus promesas de campaña. Esto es un punto a favor de los grupos que no tienen las mismas banderas de Morena y muchos puntos en contra de quienes votaron por Morena y esperaban grandes transformaciones. Morena cumplirá poco de lo que prometió en campaña y corre el riesgo de ser una gran decepción.