El coronavirus ha generado una situación de crisis en todos los ámbitos. El escenario puede haber sido provocado o espontáneo, pero las consecuencias van a marcar profundamente a las generaciones presentes. El aislamiento que vive la humanidad contuvo una serie de conflictos y demandas sociales que los grupos marginados y juveniles, en todo el mundo, empezaban a configurar. En Norteamérica, las movilizaciones sociales están al borde del conflicto total.
El escenario actual es parecido al inicio del siglo XX. La tecnología, occidentalización y mercados mantenían una posición boyante, no obstante, todos esos adelantos provocaron un siglo de guerras y reposicionamientos geopolíticos. El siglo XXI parecía el fin de la historia, otra vez se hablaba de triunfos occidentales y tecnológicos que hacían iguales a todos los seres humanos, sin embargo, esta situación –y los conflictos del siglo pasado– no han podido solucionar los problemas de pobreza y generacionales que se incrementan en forma dinámica. Los siglos XX y XXI tienen en común la rebelión de las masas (José Ortega y Gasset). Algunos consideran que el virus de 1968 se ha consolidado. Para otros, hay una alienación de la que todavía no somos conscientes pero que llevará a la descomposición social. Se observa pues, un cambio generacional más dinámico e inestable. La generación de 1968 criticaba el orden social y la lentitud que la gerontocracia de la época representaba. Fue una llamada importante de la “crisis de la modernidad”, fenómeno que no se ha detenido y que se incrementa al paso del tiempo.
En el pasado, el orden se concentraba en varios periodos y permanecía un buen número de años. Ahora, los cambios, gracias a la tecnología y a la libre circulación de las informaciones, es más rápida y desplaza las formas, apenas empiezan a estructurarse. Los medios de comunicación y las redes sociales, transmiten una serie de información y valores que rompen los paradigmas de control social, siempre ha sido así. Las modas son opuestas al statu quo y provienen de elementos que siempre son las migajas de las élites.
Se advierte una profunda rebelión de las masas, el problema radica en entender si será de la magnitud de principios del siglo XX. La rebelión de las masas en dicho entorno, causó el comunismo y, como reacción a este, los fascismos europeos. Ambos fenómenos generaron los totalitarismos que hicieron de aquella época, un prolongado periodo de violencia. La rebelión de las masas acabó con el proyecto civilizatorio del liberalismo europeo y permitió la consolidación del imperialismo norteamericano, quizá ahora se repita la experiencia, ¿seguirá como superpotencia EU? El problema mundial sigue siendo la distribución de la riqueza, la conformación de un mínimo estado de bienestar y una amplia clase media que legitime las instrucciones autoritativas del sistema político. Si desaparece el Estado, desaparece la sociedad. Las medidas para generar economías mixtas y una gran clase media mundial ya no pueden prolongarse.
La crisis humanitaria provocada por el COVID19 constituye una eutanasia adelantada que plantea una serie de problemas que corren por las vías de la tecnología y el cambio generacional ¿Qué tipos de seres humanos se van a quedar? ¿Qué medio ambiente les espera a las siguientes generaciones? ¿Sobrevivirá la humanidad? Resulta complicado responder a estas preguntas. La inercia, el laboratorio de la historia, nos indica que –tarde o temprano– los elementos de la
violenta naturaleza humana tienden a imponerse, reza el demonio de todos los tiempos: el hombre siempre será el mismo y otra vez va a destruirse porque lo único que sabe hacer es pelear.
En este contexto, la vinculación entre México y Estados Unidos implica una coordinación de supervivencia frente a escenarios como el COVID19 y, seguramente, más graves y peores, de continuar con el modelo económico neoliberal que fomenta el Nuevo Orden Mundial.
Uno de los temas para enlazar a Trump con México lo constituye la inmigración. Ahí es donde puede entenderse la importancia de los Estados Unidos para México. Hay que darse cuenta de la cantidad de connacionales que envían sus remesas a las comunidades rurales para que estos sobrevivan. Los gobiernos se concentran en las ciudades y se olvidan de los sitios donde se expulsa a los migrantes, es decir, aquellas comunidades en que la difícil situación social, económica y hasta política les obliga a salir y permanecer fuera de su comunidad por varios años (Puebla es uno de los estados expulsores de emigrantes a Estados Unidos más representativos de esta situación. En todos los gobiernos, a excepción de Melquiades Morales y Mario Marín, la atención al devenir de los migrantes ha sido mínima por no decir nula. )
Debe entenderse que la situación de vulnerabilidad de un país como México, constituye un indicativo de que no se puede negociar con gran ventaja, es decir, se espera que los temas de migración, narcotráfico, economía y seguridad, sean benéficos para los mexicanos; pero, como dice el dicho, Estados Unidos tiene intereses, no amigos y, por ello, es que la relación de Donald Trump con López Obrador es conveniente para el partido republicano y nada más.
Aún cuando nuestra nación ha logrado emanciparse desde hace doscientos años, lo cierto es que no ha podido construir un esquema sociopolítico para inhibir caer en la tutela del imperialismo anglosajón. Es verdad que, como espacios históricamente definidos, las ventajas comparativas se presentaban favorables para Iberoamérica en comparación con lo que conoce actualmente como Estados Unidos de América. ¿Cuál fue la diferencia de las rutas? La utilidad y presentación del proyecto moderno. La visión moderna del Estado-Nación le permitió a Norteamérica construir una sociedad y perspectiva expansionista desde el inicio de su independencia. La religión laica de Norteamérica fue el imperialismo.
Iberoamérica, por el contrario, siempre tuvo –y tiene– una visión antimoderna, su trayectoria y contexto, le inhibieron cualquier otra opción diferente al nacionalismo católico.
México, en particular, fue el laboratorio para el expansionismo estadounidense y, una vez que comenzó el empoderamiento norteamericano, la posición de Estados Unidos se hizo inalcanzable. México ha tenido que sumar al dominio católico hispanófilo tradicional, el colonialismo impuesto por Norteamérica. México no ha tenido, ni tiene, la posibilidad de hacer alianzas geopolíticas con los países asiáticos, europeos, africanos o algún organismo internacional; por el contrario, los procesos geopolíticos del siglo XX consolidaron a Estados Unidos como superpotencia y a México como parte fundamental de su estructura de Seguridad Nacional.
Que a México le va mejor cuando los republicanos gobiernan Estados Unidos, ni duda cabe. La situación de control y seguridad nacional que los caracteriza, provoca que se ponga atención, mucha atención, en nuestro país. En cambio, las ideas ambiguas de los demócratas provocan una desatención que incrementa la
problemática nacional. Donald Trump y AMLO coinciden en el rechazo al Nuevo Orden Mundial, el modelo que Estados Unidos implementó a raíz de la Guerra Fría y que ahora ha llegado a su fin, el concepto de “Brexit” es una muestra de que la globalización ya no tiene control y existen personajes irresponsables que van a llevar a la sociedad al desastre, a la humanidad a la extinción.
La borrachera fue el neoliberalismo y Samuel Huntington lo advirtió en sus obras, el modelo geopolítico de Zbigniew Brzezinski ha ocasionado muchos problemas sociales y, realmente, los Estados Unidos tienen que preguntarse qué vale más para ellos, el derrumbe del Muro de Berlín o el derrumbe de las Torres Gemelas del WTC. Brzezinski planteaba el dilema entre controlar el mundo a modo de superpolicia o ejercer un liderazgo moral, el imperialismo norteamericano tendrá que elegir porque ambas cosas son imposibles. Norteamérica se volvió el Sicario de un poder invisible, económico y transterritorial que mezcla las principales élites económicas del mundo y la delincuencia organizada del anarquismo más extremo. El liberalismo se hermana con el anarquismo y, por ello, provoca conflictos tan graves como los que caracterizaron al siglo XX. Los totalitarismos fueron consecuencia de un liberalismo económico sin control que se sobrepuso a los valores políticos de las instituciones gubernamentales. De ahí que las situaciones de conflicto que se viven ahora, presenten esta situación de caos y desorden. La transgresión debe ser evolutiva, pero el liberalismo económico es involutivo, aunque pretenda observar el racionalismo metodológico, lo que hace es exponer la legitimidad de los principios más violentos del género humano.
La contingencia sanitaria está profundizando la brecha entre generaciones, tecnología, conocimiento y valores. La situación ha generado un profundo cambio derivado de la tecnología y, ahora, se confirma que este es inminente. No se trata de expresar que las nuevas generaciones son mejores en el manejo de las tecnologías, esta es una verdad de Perogrullo, sino que la disponibilidad tecnológica encasillará a las futuras progenies en los dispositivos y redes sociales porque los problemas mundiales requieren un paréntesis y suspensión de la economía, tal vez estamos en presencia del paso definitivo del neoliberalismo al neoextractivismo. La actitud combativa y burguesa de las nuevas generaciones proviene de una demanda para incrementar el poder del mercado, pero la realidad no permite que esto se constituya, todas las generaciones han tenido que aprender de la realidad y estas no serán la excepción: el medio ambiente y la existencia de las personas está en profundos problemas.
De ahí que, aún cuando las nuevos movimientos sociales tengan esa capacidad para ser divergentes, la realidad no tiene consideraciones con nadie. Las prospectivas de algunos es que la tecnología no siempre es amigable y tiene consecuencias.
La educación, la paideia, como antes y siempre, busca cambiar esta naturaleza humana y, a pesar de todos los juicios negativos hacia la docencia y escuela, es necesario encontrar modelos que logren ese cambio generoso en la humanidad. Rifkin y Marina, constituyen una forma de entender los polos en el papel de la escuela frente a esa situación: el debate entre pensamiento fuerte y débil. ¿Qué es el pensamiento fuerte y pensamiento débil? El pensamiento fuerte se representa con la ética, responsabilidad, la visión inclusive conservadora. El pensamiento débil es anarquista, nihilista existencial. El pensamiento fuerte implica metas, competitividad y resiliencia. El fuerte está relacionado con el realismo y las condiciones físicas, materiales y geográficas de la vida. El segundo se afinca en el idealismo, las utopías y formas alternativas. Por otro lado, también hay quienes
consideran que todavía se puede cambiar algo y que, aunque esta sea una forma calificada de pensamiento débil, son los valores, el liderazgo, los sentimientos, lo que siempre va a sacarnos adelante. El secreto está en unir estas perspectivas y evitar el pesimismo e idealismo que se puede generar de una u otra.
La tecnología permite que las nuevas generaciones accedan a la información de forma más rápida. Con ello se rompen las estructuras en forma inmediata y aparecen tribus y roles sociales que no se contemplaban. La empatía será esa herramienta que va a permitirles enfrentar esa realidad que es desconocida.