Durante muchos años se ha utilizado la medición del Producto Interno Bruto (PIB) para determinar la riqueza de las naciones, se supone que sumar todo lo que se produce indica que tan rico es un país y ahora Nueva Zelanda, China y México parece dirigirse en otra dirección.
La falla de medir el PIB consiste en dejar de fuera el indicador de pobreza que ancla el avance de un país, además de ser profundamente inmoral. Los economistas salvaron el escollo dividiendo el PIB entre la población para calcular cuánto le toca a cada persona, pero esta es una gran trampa aritmética. El caso de México es esclarecedor. En 2018 el PIB per cápita era 9,673.44 dólares, sin embargo la línea de pobreza urbana es $1,906 dólares anuales en el medio urbano, en el rural es de 1,238 dólares. O sea que los pobres urbanos reciben el 19.7% del ingreso per cápita, mientras que los rurales reciben el 12,8%. A esto hay que agregarle que algunos (muchos) no reciben ningún ingreso y que hay diferencias geográficas, sur pobre, norte menos pobre. Y no es lo mismo ser pobre en la ciudad que en el campo.
El CONEVAL calcula que 41.9% de la población (52.4 millones) viven bajo la línea de pobreza, mientras que 16.8% (21 millones) viven bajo la línea de pobreza extrema. El COVID hará estragos en este segmento de la población, además que lanzará a muchos hacia ese nivel.
Así que la preocupación porque crezca el PIB en realidad debe moverse hacia crear oportunidades y bienestar para estos millones de personas.
Nota metodológica. CONEVAL considera los siguientes rubros para analizar la pobreza: Ingreso corriente per cápita; Rezago educativo promedio en el hogar; Acceso a los servicios de salud; Acceso a la seguridad social; Calidad y espacios de la vivienda; Acceso a los servicios básicos en la vivienda; Acceso a la alimentación; Grado de cohesión social; Grado de accesibilidad a carretera pavimentada.