Los acontecimientos de esta misma semana han sido duros de encajar para el Partido Popular, dirigido por la pareja Casado-Aznar. La sesión en la que el Gobierno de Pedro Sánchez revalidó el Estado de Alarma, el miércoles pasado, desnudó a un Pablo Casado perdido y asustado porque su ofensiva por tierra, mar y aire contra la coalición de gobierno no da frutos. Se decantó por la abstención de manera incomprensible, ya que la conclusión lógica de su agrio discurso habría sido el No.
Las fuertes tensiones en el gobierno de la Comunidad de Madrid entre el PP y Ciudadanos han sido el prólogo a la negativa del Ministerio de Sanidad a aprobar que Madrid pase a la Fase 1 del desconfinamiento. En otro plano, Casado tampoco ha conseguido situar a Ana Pastor en la presidencia de la Comisión de Reconstrucción del Congreso, así que hay nerviosismo en Génova 13, en FAES, en los altos círculos empresariales y en la prensa adicta. Ha sido verdaderamente una septimana horribilis para la dirección popularista.
Casado y Díaz Ayuso, la pintoresca -digámoslo así- presidenta de la Comunidad de Madrid, han sido los responsables visibles de la soledad y la desorientación de un partido que hace tiempo ha perdido la brújula. Los dos líderes, hombre y mujer, sobre los que el PP ha hecho pivotar su ofensiva contra la pareja Sánchez-Iglesias no dan la talla. Una sospecha cada vez más compartida dentro del propio partido.
Pablo Casado es demasiado inexperto y su nerviosismo creciente delata que le faltan recursos para comandar una formación política de las dimensiones y la complejidad del PP. Además, su equipo de confianza sufre del mismo mal. Teodoro García Egea es, al igual que su jefe de grupo, un hombre de palabra fácil, pero sin sustancia. Cayetana Álvarez de Toledo es una portavoz que sólo sabe jugar a la descalificación de todos y de todo: solo destruye, incapaz como es de poner un ladrillo encima de otro. Los tres tienden a la sobreactuación, a la trascendencia tan solemne como banal y a utilizar la última ocurrencia como argumento irrefutable.
La idea de Aznar de reconstruir la derecha española a la forma y manera que presentaron hace meses en la madrileña Plaza de Colón no ha funcionado. No estaba previsto que Abascal y su grupo alcanzaran la presencia que tienen en la Carrera de San Jerónimo, mientras que Ciudadanos ha pagado muy caro el seguidismo de Rivera a las tesis de la derecha más ramplona que se ha visto desde hace mucho.
Otra pieza importante de la estrategia de FAES para hacer caer el gobierno de la coalición PSOE-Unidas Podemos, por incomprensiblemente que pueda parecer, es Isabel Díaz Ayuso.
Que algunos hayan podido imaginar que la señora en cuestión sea una especie de versión castiza del populismo de extrema derecha que encontramos exitoso en otros países es algo difícil de entender. Es cierto que le pusieron un peso
pesado como Miguel Ángel Rodríguez al lado, pero MAR no puede hacer milagros. No es sólo que cada comparecencia de Díaz Ayuso -que no sea ante Jiménez Losantos u otro por el estilo- termina en desastre. No es que sus intervenciones en la Asamblea de Madrid sean surrealistas. Es que la gestión de la pandemia en la Comunidad ha sido dolorosamente horrorosa. Un par de datos: Madrid presenta el 29 por ciento de los contagios por Coronavirus de España y el 33 por ciento de los muertos. Particularmente, el horror de las residencias de ancianos ha resultado dantesco.
La gestión del PP durante los últimos veinte años que ha gobernado Madrid, con una obsesión enfermiza contra la sanidad pública mientras primaba a la privada, ha dado los resultados que se podían imaginar: es la penúltima región en inversión en euros por habitante, detrás de Andalucía, y eso se ha notado y mucho a la hora de hacer frente al virus.
El último episodio, el de hacer llegar al Gobierno de Sánchez la petición de pasar a Fase 1, ha superado todo lo imaginable. Presentaron un documento en el que no se daba la información demandada y, además, lo entregaron sin la firma de ningún responsable. Aún más: se produjo la dimisión previa de la Directora de Salud Pública, precisamente por negarse a presentar la petición en atención a la situación sanitaria del territorio. La presidenta Díaz Ayuso no sólo no ha sabido explicar el porqué de esta dimisión, es que afirmó que hacía semanas que no se reunía con la responsable médica de la pandemia en la región [sic].
Díaz Ayuso llegó dos horas tarde a una reunión de Sánchez con todos los presidentes autonómicos porque estaba en el aeropuerto haciéndose fotos ante un avión que había traído material sanitario de China. A la semana siguiente, se ausentó de la vídeo conferencia de sus colegas autonómicos porque decidió irse a misa a la Catedral de la Almudena, a templo vacío.
Hace unos meses dijo que añoraba los atascos de Madrid porque los consideraba una señal de identidad de la ciudad. En la Asamblea regional afirmó que los menús de pizzas y hamburguesas les encantan a los niños [en riesgo de exclusión] y que son mucho mejores que los de Venezuela [sic]. Y así cada vez que habla en público. Convirtió el cierre del hospital de IFEMA en una fiesta irresponsable, dando idea cabal de hasta dónde están dispuestos llegar en la obsesión por la publicidad y el marketing político.
Sorprende que, hoy por hoy, las encuestas no acusen la lamentable gestión de la crisis ni las metidas de pata continuas de la presidenta, pero más allá de la perseverancia de tantos madrileños en votar al PP -pese a E. Aguirre, I. González o C. Cifuentes-, todo induce a pensar que "el modelo Madrid" del que habla Pablo Casado no tendrá tirón en el resto de España.
El pasado 2 de mayo, fiesta de la Comunidad de Madrid, Casado afirmó que "Isabel Díaz Ayuso está acertando en cómo se hace política. Con proximidad, transparencia y eficacia". No son pocos los que recordaron elogios de parecido
tenor, hace años, de Mariano Rajoy a personajes como Francisco Camps o Jaume Matas.
Si las cosas continúan así, quizá dentro de no demasiado tiempo Díaz Ayuso estará en situación similar a la de los expresidentes valenciano y balear, y Casado habrá sido sustituido por otro líder en la dirección del PP, un partido que parece perdido en la niebla; aturdido y comandado por unos personajes que tienen los pies de barro.
No es una buena noticia, sin embargo, que la derecha tradicional española se encuentre desarbolada y carente de una dirección cualificada. En su huida hacia no se sabe dónde, Casado y compañía están potenciando la polarización y la fractura política del país. Esto, además de beneficiar a la extrema derecha que sabe rentabilizar más y mejor la crispación y los miedos de tanta gente, entorpece la viabilidad de un gran pacto de Estado para hacer frente a las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Un grave problema sin duda.