Estaba anunciado. Tarde o temprano veríamos una matanza brutal acompañada de un manifiesto racista, aunque antes no lo veíamos por la premura con que las policías matan a los perpetradores.
Llevamos mucho tiempo viendo crímenes de odio en diversas partes del mundo, y entre éstos destacan los de los supremacistas blancos, aquellos imbéciles que creen que la “raza” blanca es superior a las demás y que cuentan con la autoridad para “liberar” al mundo del flagelo de otras razas o del mestizaje.
Las acciones racistas se animaron al ver los silencios. Muchos creen que es suficiente con ver que los racistas se encuentran en los márgenes de la política, lo que no es así porque avanzan electoralmente en el mundo; o que acometen su odio contra una persona o profanar un cementerio. Guardan silencio cuándo queman una iglesia, mezquita o sinagoga, pero hoy, a todos los grupos sociales les ha tocado pagar el precio.
En Estados Unidos se sostiene que el discurso racista de Trump le dio poder y un sentido de autoridad a los supremacistas blancos, o aquellos que odian a los demás. La ironía de El Paso es que Trump sonriente se tomó una fotografía con un niño cuyos padres (muertos en la balacera) y tíos apoyan a Trump, al mostrarle la incongruencia al tío, dijo que tal vez Trump dijo algo desagradable, pero lo apoya. Eso desagradable es lo que llevó a un huérfano que ahora es utilizado como poster de campaña electoral.
No se trata solamente de controlar la posesión de armas, sino de atacar con energía la emisión y distribución del discurso de odio. Es correcto exigir la cancelación de las armas y por lo pronto imponer controles a los que las adquieren, y atender con fuerza a los psicópatas que sienten que tener a un congénere en el poder los autoriza a salir a matar masivamente.