Diario de un reportero
I
Hace poco más de doscientos cuarenta días, los veracruzanos – aunque no todos – oyeron la promesa implícita de Cuitláhuac García Jiménez en su discurso de toma de posesión como gobernador:
"Tenemos otra tarea pendiente y hoy es más que urgente. La asumo como responsable del Poder Ejecutivo del Estado; aunque lamento que quienes ocupaban este cargo, hayan sido omisos, faltos de voluntad expedita, que se hayan sustraído de la realidad, ya sea por perversidad, indolencia o el calificativo deplorable que haya caracterizado. Lo cierto es que no atendieron la emergencia declarada y evidente ante el gran número de desapariciones de seres humanos en el estado".
El señalamiento al gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares fue directo. Pero todo quedó en eso, porque el debate inútil sobre la inutilidad de la Fiscalía – cuyo titular había sido abogado del gobernador que se fue – ocupa la atención de autoridades que deberían estar haciendo otras cosas. Andamos entre genealogías, bitácoras de helicópteros, pagos por las patrullas, fes de erratas verbales y de las otras, acusaciones mutuas, y no vamos a ninguna parte. No ha pasado nada.
Sin embargo, en el municipio de Úrsulo Galván todavía está un terreno donde podrían estar los restos de más de cuatrocientas personas desaparecidas, aunque no se sabe cuántos cadáveres terminaron en las dunas. Nadie lo resguarda de los elementos, de los animales, de quienes quieran borrar huellas de lo que hicieron.
Quién sabe qué pasó. A principios de julio, las autoridades iniciaron la exhumación de los restos que había en esa zona, ante la presencia de familiares de desaparecidos y de organismos estatales, nacionales e internacionales. Salieron notas en los medios. Y ya.
Nadie sabe en qué paró la base de datos que se iba a actualizar cada diez días, ni dónde quedaron los georadares que se usarían en la tarea de encontrar cuerpos o restos en lo que se considera la fosa clandestina más grande del país, en el estado que ya tiene tantas tumbas conocidas y por conocer.
Esta semana nos recibe la noticia de que se suspendieron los trabajos porque los empleados de la Fiscalía se fueron de vacaciones. A nadie se le ocurrió escalonar los descansos para que no se suspendiera el trabajo, y la tarea del gobierno, que incluye a todos los funcionarios públicos, sigue pendiente. El dolor de una familia no tiene vacaciones. Y el gobierno de Veracruz tiene una tarea pendiente.
II
Como muchos reporteros, de vez en cuando me pongo a pensar qué le preguntaría a algún personaje si tuviera la oportunidad de hablar con ella o con él. He tenido la fortuna de hacer esas preguntas largamente ensayadas, y las respuestas le han dado sentido a muchas cosas.
Pero si yo le preguntara al Fiscal Winckler cómo piensa resolver el problema de los desaparecidos y qué ha hecho para aliviar el dolor de sus familias, si yo le preguntara si alguna vez ha pensado en quienes no aparecen, en quienes los buscan con esperanza y sin ella, si duerme bien, si despierta con ánimos de ir a la oficina, si piensa terminar esa tarea que tiene pendiente... ¿Qué diría?
La casa de Lozoya
Tendría que salir de la casa, bajar tres pisos, caminar hasta la parada del autobús y esperar a que pase el 1, que va hasta Pont d'Arve, dar la vuelta a la esquina y tomar el tranvía 18, que viene desde el CERN, casi esquina con Francia, y va más allá de Carouge. Tendría que bajarme en la parada de Armes y caminar cinco minutos hasta la calle Jacques-Grosselin, donde dicen que está un departamento de Emilio Lozoya, ex director de Pemex. Una propiedad en esa zona puede costar hasta cuatro millones de dólares.
Un rey de Cerdeña – no importa cuál – mandó fundar Carouge en el siglo XVIII para contrarrestar la influencia de Ginebra, y fracasó en el intento. Quedó un barrio más o menos sosiego y más o menos fifí donde no se puede comprar leche un sábado a las nueve de la noche.
No me queda lejos, unos veinte minutos, media hora cuando mucho, en transporte público. A esos rumbos voy cuando se me antojan cosas mexicanas como tamales, o cochinita pibil, o tortillas de maíz, epazote seco, chiles guajillos y anchos, vainas de esas, porque ahí hay una tienda que vende todo eso.
También vamos los sábados cuando hay mercado y en la plaza se instalan puestos de frutas, de verduras, de mariscos, de quesos, de flores, de jabones y esencias, de especias raras y comunes, de jamones y embutidos, y hemos visto niños que hacen gimnasia y jóvenes que andan en la cuerda floja y activistas de partidos políticos que ofrecen café y conversación a quien se interese.
Uno puede sentarse a comer papas con salmón y crema y cebollines o papas con picadillo y crema y una asombrosa salsa africana, a la sombra de un árbol, en una mesa vacilante, con un vino local que se vende en el puesto de junto. A veces hay música.
Eso es Carouge. No he ido a ver el edificio donde dicen que está el apartamento del ex funcionario porque no serviría de mucho: los ricos de Ginebra no viven en Carouge ni en Ginebra. Si acaso pasan algún fin de semana en lugares como el penthouse que admiramos cada vez que el azar o la necesidad nos llevan a la orilla del lago.
Arriba, sin persianas ni cortinas, está el apartamento que nos gusta y no podremos tener. Ya investigué. Es amplio, tiene varias recámaras y una sala enorme, y un estudio y cocina y comedor quién sabe qué más, y vista al lago y al Mont Blanc y al mundo, y renta alrededor de doce mil dólares al mes, más gastos de mantenimiento, por si alguien se interesa, funcionario de antes o de ahora.
Eso es vida – decía Oscar Ortiz de Pinedo –. Lo demás son cacahuates.