La entidad no puede salir de una zona de incertidumbre que arroja marcos negativos y lastimará profundamente el porvenir. Son varios meses, quizá han sido años, donde el gobierno estatal camina por inercia y nadie parece atender los problemas urgentes. Hay un prebostazgo oscuro que impide la resonancia de la democracia y libertad en todas las regiones poblanas. Inclusive, Puebla comienza a tomar niveles de violencia que señalan una descomposición semejante a las regiones que son controladas por la delincuencia organizadas.
¿Por qué la parálisis y extravío de la vida política en el estado? Una de las respuestas podría encontrarse en el faccionalismo político que ha caracterizado a la entidad a lo largo del siglo XX y que no ha permitido la institucionalización de un sistema de partidos verdadero.
Puebla pasó de un faccionalismo colaborador que se concentraba en el PRI a un faccionalismo competitivo representado por las alianzas pragmáticas polipartidistas con el PRI, frente al PRI y a pesar del PRI. No obstante, el PRI tampoco institucionalizó una militancia verdadera que proyectara una plataforma gubernamental auténtica, fue el crisol de varias camarillas, caciques y familias acaudaladas que secuestraron la administración pública. Ahora, estas camarillas fueron importadas por otros partidos políticos y mantienen una complicada disputa por el poder. Al faccionalismo lo distingue la guerra sucia, transfuguismo, deslealtad, violencia y oportunismo.
El transfuguismo político no constituyó una ruptura histórica. Los gobiernos panistas en Puebla fueron los más priistas de los últimos tiempos. La competencia generada de este modo, involucionó las prácticas políticas, conductas y propuestas. No se vive una baja calidad de la democracia, se vive una política de abusos e imposición del más fuerte.
Aunque los frentes políticos sostengan que constituyen opciones alternativas entre sí, lo cierto es que tienen más semejanzas de lo que piensan, ojalá que ello facilitara el gobierno; sin embargo, sólo sirve para elevar el nivel de conflicto y violencia. Todos quieren el poder por el poder.
Ninguna camarilla puede negar su pertenencia al avilacamachismo. En el origen, o durante el desarrollo político, dicha estirpe marca a la derecha, el centro y la izquierda. El PAN agrega a su participación la cercanía con el imperialismo yanqui. El PRI pretende restaurar la fuerza de los cacicazgos regionales y MORENA se alimenta de tránsfugas mientras el enamoramiento de la figura presidencial persista; también ha pagado su cuota por admitir todo tipo de políticas.
El avilacamachismo constituye una modernidad reaccionaria de la que Puebla no puede escapar. Es más que indispensable una alternancia verdadera que tenga el objetivo de modificar las condiciones estructurales del autoritarismo en la entidad. Sin embargo, la opción se presenta contradictoria y las rémoras del faccionalismo poblano no están dispuestas a permitir la liberación y el progreso.
Cada sociedad tiene el gobierno que se merece, Puebla no sabe qué gobierno se ha concedido desde hace varios meses. Ojalá que los partidos políticos y los candidatos sean capaces de cambiar la vida política de la entidad; asimismo, que la sociedad sea exigente para con la clase política y tome la responsabilidad de su destino.