Buena parte de los “sectores privados” en México han incrementado su capacidad de propaganda, intervención y boicot a raíz del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador. Antes de la toma de posesión se había iniciado ya una campaña demencial con toda una parafernalia de ataque en contra de MORENA: clasismo, racismo, xenofobia, intolerancia y fascismo son elementos que rabiosamente se han colocado en las principales instituciones de los grupos de interés en México, así como en los intelectuales orgánicos que de ellos dependen y alimentan sus clivajes tradicionales.
Con todo y que la Guerra Fría terminó hace más de dos décadas, y que incluso Estados Unidos en este momento no está dispuesto a financiar guerras sucias, persecuciones anticomunistas ni golpes de estado, es más que lamentable la insistencia de los grupos políticos de la derecha por fomentar un Golpe de Estado en México o el magnicidio en la figura del Poder Ejecutivo. La defensa y silencio ante violentísimos fraudes electorales como el caso de Puebla, el apego al patrimonialismo y corrupción en el sector público, insensibilidad absoluta ante la crisis humanitaria que vive el país y que reclama mayor presencia estatal, etc., comienzan a ser la nota característica del PRIANRD que, según las ideas de Luis Ernesto Derbez, debería conformarse como partido político de facto e institucionalizar el amasiato que siempre ha vivido.
La subordinación a Estados Unidos de Norteamérica que estos grupos han exagerado en las últimas semanas muestra la ansiedad por la pérdida de privilegios frente a la distribución de la riqueza que el pueblo mexicano reclama. Desde sus nichos, la derecha tradicional en América Latina soslaya el nuevo contexto, acostumbrada a generar paroxismos religiosos y sociales para hacer caer los dólares norteamericanos, bien sea por las agencias de inteligencia geopolítica y seguridad, o bien por la expulsión de migrantes mexicanos a Estados Unidos. Resaltar los vínculos con la CIA, DEA, FBI, Pentágono, NASA e instituciones educativas estadounidenses no es fomentar la “Cultura de Davos” sino abrir la puerta del espionaje. Contrainsurgencia que, de todos modos, Norteamérica ha practicado en nuestra región desde los procesos de independencia. No obstante la sumisión de la Iniciativa Privada al imperio, este los ha desoído. En esta ocasión, si a México le va bien Estados Unidos será impactado positivamente; de lo contrario, existe un enorme riesgo que la inteligencia estadounidense ha pronosticado hace varios años. Andrés Manuel López Obrador es un presidente progresista estabilizador tal como Franklin D.Roosevelt. México y Estados Unidos se han entendido bien cuando no interviene una derecha oportunista cuya nación ni siquiera es el Occidente. Las relaciones entre el oso y el puercoespín siempre son óptimas cuando la derecha se desvanece según lo demuestra nuestra historia. La reconfiguración de las ideologías y los ejes izquierda y derechas se debe ubicar en la era posmoderna sin los paroxismos de la Guerra Fría y sin las rémoras del fundamentalismo religioso.
El fracaso del neoliberalismo es patente a nivel mundial y no se corresponde solo con la situación mexicana; el paradigma del Estado de bienestar reaparece, pero con ajustes y situaciones económicas, políticas y sociales nuevas. Samuel Huntington sugería a los Estados Unidos de Norteamérica guardar distancia del resto del mundo para restaurar los valores occidentales, situación cada vez menos factible no sólo para Norteamérica sino también para Europa. Los países occidentales tendrán que asimilarse a las diversas globalizaciones y modernidades en su propio territorio, resultado de la movilidad propia de un mundo complejo. Esta es una de las razones por las cuales Norteamérica se ve obligada a renunciar al imperialismo, al intervencionismo y la contra insurgencia que la derecha extremista latinoamericana parece anhelar. Un Golpe de Estado en México, el asesinato del Presidente de la República o un conflicto civil sólo equivale a la emigración de millones de personas a Norteamérica que ningún muro o ejército serán capaces de detener. En las décadas del neoliberalismo el umbral de la emigración se colapsó y los países del norte tienen graves problemas derivados del multiculturalismo y la asimilación. Por eso las banderas de la derecha no funcionan y resulta más que costoso un intervencionismo norteamericano como el que se ejecutó en décadas anteriores. Estados Unidos no es ya un modelo neoliberal sino un capitalismo de Estado; México deberá conducirse por una condición similar.
Apostar por la guerra sucia, intervencionismo, espionaje e incluso la intervención armada sería el punto culminante de la decadencia de Estados Unidos. Su poder militar y económico es omni abarcante, al grado de imponer orden y control en cualquier región de América Latina, sin embargo, ha dejado de ser rentable. Latinoamérica se ha convertido en otro Vietnam de los Estados Unidos, y el gobierno americano debe pagar al triple el fracaso de sus empleados neoliberales, gerentes de la calidad, que acumulan problemas como pobreza, falta de empleo, seguridad y acceso a los servicios básicos de salud, emigración, etc. En esas condiciones, quizá Norteamérica debe dejar de escuchar y patrocinar a las instituciones que se constituyen en ayatolas de un neoliberalismo mezclado con nazismo. América Latina comercia, y lo hace bien cuando las reglas son justas; consume y lo hace en forma amplia cuando los productos son buenos y de calidad. La modernidad es un proceso que se hizo global y no le pertenece a nadie
El “Sector Privado” ha acaparado y trastornado los valores occidentales. En aras de una ambigua Modernidad Conservadora, crítica ásperamente los elementos progresistas pero secuestra dichos beneficios en sus espacios. El sector privado mexicano es representativo de una modernidad desbocada, monopolizando archipiélagos donde el individualismo, la competitividad, los modelos de desarrollo importados, la revolución sexual y, en general la cultura de Davos se exponen a plenitud; pero, al mismo tiempo, engaña y manipula a comunidades sociales que habitan el mismo territorio. La derecha mexicana es farsante y oportunista, su ignominia ha sido descubierta por los electores. El año 2018 constituye una de las derrotas más simbólicas de la derecha que, si desea sobrevivir como una fuerza política competitiva, ha de adaptarse al nuevo entorno. En manos de caciques y pistoleros no tienen nada que ofrecer a México ni a Occidente.