La Revista Nexos colocó en circulación una serie de análisis respecto de la situación que priva entre México y Estados Unidos a raíz del triunfo electoral de Donald Trump. Destacan las ideas de Fernando Escalante Gonzalbo cuyas reflexiones sobre el orden social mexicano son bien conocidas y han respondido directamente a la xenofobia anglosajona; sin embargo, frente a la relación inédita que ahora plantea Norteamérica, no hay razón que valga. Donald Trump y sus electores –que no son pocos y hay varios latinos allí- han cancelado la vocación occidental que México y Latinoamérica pudieron haber desarrollado. Luego entonces, también se hace necesario plantearse la inevitable pregunta ¿Quiénes somos?
El rechazo de Norteamérica a México obliga a modificar el modelo de país que se pretende construir. Se debe buscar cuál es el núcleo civilizatorio al que pertenece la nación profunda y, según puede verse, ni España ni Norteamérica son modelos coherentes para impulsar nuestros procesos de desarrollo.
En el caso de España compartimos, tan sólo, el sentido de fragmentación y faccionalismo. Las Españas se reflejan en los diferentes tipos de catolicismos que hay en Latinoamérica y particularmente en nuestro país. Mueve a tragicomedia el que los católicos integrales intransigentes pretendan imaginar la unidad de Iberoamérica en torno a la apuesta medieval del catolicismo que ni siquiera en la Península existe ya. Elio Masferrer Kan ha postulado una tipología del pluralismo católico más adecuada al contexto mexicano en base a los cambios demográficos, que abarca regionalismos, etnicidades, velocidades históricas y posturas evangélicas. Los tipos ideales que expone son: Católicos tradicionales, católicos indígenas, católicos mestizos, católicos populares, católicos de la teología de la liberación, católicos del Bajío, católicos de la teología de la prosperidad, católicos carismáticos, católicos influidos por el Concilio Vaticano II, católicos liberales veracruzanos, católicos de frontera y católicos de minorías extraamericanas. Esta taxonomía es incluyente y reconoce factores multiculturales dinámicos en la trayectoria social del país que enriquecen la interpretación del conflicto Iglesia Católica-Estado. Esta caracterización del catolicismo mexicano resulta interesante no sólo por evidenciar la forma en que la modernidad y la democracia han penetrado el mundo católico sino también por clasificar formas de religiosidad y creencias que, aún cuando se asumen como católicas, presentan similitudes y antagonismos que orientan su conducta y permiten pronosticar la búsqueda de sentido en las estructuras sociales. (Masferrer, 2011: 23)
Por lo que se refiere a Norteamérica, resulta evidente que el mercado y la modernización no conducen a la democracia por sí mismos. De hecho, puede decirse que Norteamérica ha sentido en carne propia la experiencia y, por eso, rechazan a los mexicanos. No basta con la modernización material, es necesaria la modernidad mental y cultural. Como se explica en la revista de marras, las élites confiaron sólo en la emigración y el comercio internacional como una ruta para la integración con Estados Unidos, lo que –lamentablemente- ha salido peor. El mercado no generó el caldo de cultivo para que México apostará por la occidentalización, a partir de 1994 se detonó una actitud esquizofrénica que culminó en una Narcorepública cuyo oficio es la sicilianización de cualquier tejido social que encuentre. Lentamente Norteamérica da cuenta de la gravedad que implica esta vecindad y de la responsabilidad que tiene en la misma.
Frente al antimexicanismo de la cultura occidental, particularmente anglosajona, es necesario reconsiderar en qué espacio geopolítico se puede desenvolver nuestro país. Si, como señalan Huntington y Octavio Paz, el núcleo indohispano es tan resistente en la cultura política del país que inhibe la modernización, el capitalismo, la formalidad y, por consecuencia, la democracia liberal, ¿No será necesario buscar en las experiencias cercanas a la tradición indígena nuestra forma civilizatoria? Carol Miller ha tratando de evidenciar los ancestrales vínculos entre la civilización asiática y los grupos precolombinos de América Latina. ¿Tenemos que mirar a Asia en lugar de Europa y los Estados Unidos?, ¿Existen más coincidencias con China, Filipinas, Thailandia, India, Pakistan, Vietnam, Corea, Singapur, etc., que con otras sociedades?
En Asia, la condición religiosa contemplativa, animista, panteísta y de armonía con el tiempo/espacio ha generado un equilibrio loable entre tecnología y naturaleza, tradición y modernidad, dinamismo y reflexión, agricultura e industria, etc. Sin estar exentos de períodos autoritarios y medidas totalitarias, la sacralización de la nada genera una conformidad en la base del orden social que establece una lentitud ralentizadora respecto del cambio social. Con toda la celeridad que ha tomado el modelo globalizador, el gigante asiático no se desespera. La parsimonia ha sido su forma de convivencia y los resultados no han sido malos. A veces por magnitud, a veces por tozudez, o bien por el contexto, la modernidad no les genera tantos conflictos como pueden verse en nuestro entorno. Peter Berger y Samuel Huntington explican, con todas las contradicciones que ello implica, el hecho que hay modernidades distintas en el continente asiático.
La modernidad no es un cheque en blanco y en México ha faltado conciencia al respecto. El muro de Donald Trump puede ser la Muralla China que, finalmente, obligue al país a tomar en serio un proyecto de civilización. La muerte de Estados Unidos y el declive de la civilización occidental son hechos tan contundentes que, hace varios meses ya, debieron impulsar en México a colocar la primera piedra de una barrera que puede salvarle su sentido de la vida.
Nicolas Berggruen y Nathan Gardels (2013) han encontrado en los procesos orientales una forma peculiar de gobernabilidad inteligente para países como México. El burocratismo autoritario, despotismo asiático o mando tártaro mongol; pueden ser referencias que las elites políticas tendrían que considerar seriamente para trabajar por un país que está desmoronándose. El autoritarismo mexicano es un patrimonialismo sin sentido. Con todo y que los tecnócratas mantengan el dogma de la globalización neoliberal; en la realidad, su ADN indohispano los convierte en Mirreyes o Caciques de saco, corbata y bostonianos de la Universidad de Harvard. El Burocratismo Tecnocrático Militar de Guillermo O´Donell no ha funcionado bien para desarrollar el proceso de occidentalización y democracia. Los procesos políticos de Estados Unidos permiten entender la necesidad de que en México surjan líderes políticos al estilo del maoísmo nacionalista que, antes de propugnar políticas socialista y comunistas, tomarán las medidas necesarias para construir una nación. Si Norteamérica impone el Muro pero sigue apoyando a las élites tecnocráticas neoliberales, el flujo de drogas, violencia y cultura de la pobreza se incrementará exponencialmente hasta hacer de Estados Unidos un símil de la China Opiácea, una Babilonia Americana. En cambio, si Norteamérica permite que triunfen los líderes nacionalistas es probable que la modernización genere procesos semejantes a la experiencia de los Tigres Asiáticos y se conformen virtudes sociales que inhiban la dañina vecindad que hasta ahora se produce entre nuestros países.