Diario de un reportero
Miguel Molina
La alarma sonó el lunes, pero nadie hizo caso. El mundo está ocupado por una guerra grande y varias pequeñas. Quienes mandan están ocupados en mantenerse en el poder, y preocupados por los efectos económicos de cambiar la forma de hacer las cosas para que el mundo siga como antes en el corto plazo. Pero el mundo no es como antes, y se acerca a un momento en el que la vida sea muy difícil.
El lunes, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas señaló que el planeta todavía puede evitar las catástrofes que producirá el calentamiento global si se actúa con rapidez y con decisión. "Es ahora o nunca", advirtieron más de mil científicos de ciento noventa y cinco países. Pero para eso hay que cambiar: se necesita crear economías y sociedades que no dependan de combustibles fósiles – gasolina y petróleo – para no producir más gases que causan el efecto invernadero.
Otro informe, publicado en febrero y basado en treinta y cuatro mil estudios, documenta las consecuencias de fenómenos extremos en las personas y en la naturaleza: calores, sequías, incendios forestales, tormentas, inundaciones, algunos con efectos irreversibles, y cada vez más frecuentes, más intensos y de mayor duración. Los primeros afectados son quienes tienen menos, que son más.
Si yo fuera optimista, habría esperado un pronunciamiento firme y claro de todos los países, de todos los gobiernos, y estaría considerando cómo puedo contribuir al intento de conservar la vida humana en el planeta, y tal vez hasta celebraría que por fin se hubieran dado pasos serios para reducir la contaminación y los contaminantes. Pero no soy optimista. Y no pasó nada. Esta fue la última llamada.
Lucha por el subsuelo
No todo está perdido, aunque no todo sea tan sencillo. Hay quienes están haciendo algo para evitar o cuando menos aminorar el desastre ecológico que viene. El cantón de Ginebra – la ciudad es la segunda con más parques y zonas verdes de Europa – considera incrementar hasta treinta por ciento sus zonas arboladas, lo que significa plantar ciento cincuenta mil árboles en zonas urbanas, que es donde hace más calor debido al concreto y otros materiales, porque en los parques ya hay suficientes.
El problema es que las redes de distribución de la empresa pública que ofrece energía limpia y renovable (además de manejar los sistemas de agua potable, electricidad, manejo de desechos y fibra óptica) también necesitan espacio en el subsuelo para tender ciento veinte kilómetros de ductos que miden metro y medio de diámetro, y cada árbol necesita cuando menos nueve metros cúbicos de terreno para establecerse, lo que implica una inversión muy grande, una ingeniería muy complicada y ocho años de trabajos en todo el cantón.
Pero ahí van. Nadie hizo declaraciones ni anuncios, nadie dio banderazos de nada, no hubo boletines de prensa. Los involucrados simplemente se sentaron
a analizar la situación y acordaron buscar soluciones que mejor convengan a quienes vivimos aquí. En eso están. Qué ganas de que así fuera en otras partes.
Desde el balcón
Un día el silencio lo despertó a uno. Se asoma uno al balcón. Nevaba. Era un aguanieve que caía sin pausa y sin prisa, y las gotas se iban volviendo copos sobre el mundo que uno puede ver a las tres de la mañana. Uno volvió a la cama, leyó, se quedó dormido, y cuando despertó seguía nevando, y nevó todo el día y al día siguiente, y uno miraba la llovizna blanca y tomaba de vez en cuando un sorbito de malta y seguía mirando, maravillado.
El miércoles, uno vio la pinta en una barda de la Vía Muerta de Veracruz: Vota que siga AMLO para siempre Ratificación=Reelección.
Quién sabe qué hizo que uno pensara en la naturaleza humana y en los cambios que el poder provoca en las personas, y la arrogancia que les presta y las hace suponer que todo es para siempre o puede serlo, y las convence de que basta con que muchos quieran que todo sea para siempre para que así sea. El caso es que dejó de nevar, y sólo quedó el suelo mojado, y un sorbito de malta en la copa.
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